Elia Barceló, reconocida escritoria de Ciencia Ficción en lengua castellana, publicaba hace pocas semanas en su blog un artículo que me llamó mucho la atención: Vender el alma.
En síntesis, el artículo describe cómo un grupo de estudiantes de Psicología de la Universidad de Viena realizó un experimento consistente en comprar almas a los transeúntes. El interesado recibía 20€ por su alma a cambio de firmar un documento por el que cedía los derechos a la empresa compradora.
Los más dispuestos a vender el alma eran obviamente aquellos que sostenían que ésta no existe.
Hace unos días leía una entrada en LimaEco relacionada con el proceso de selección del nuevo curso AFIS que se celebra en SENASA, impartido por INECO. Al parecer, la empresa exige que el alumno firme un documento por el que se compromete a estar disponible para trabajar durante dos años. En caso de incumplimiento, el seleccionado debe abonar 6.000€ en compensación de los costes generados por su formación.
Si bien podría parecer lógico que una empresa forme gratuitamente a un empleado, a cambio de recibir los rendimientos del trabajo derivados de las nuevas habilidades con las que se le ha capacitado, la cosa cruje cuando no está definida la relación contractual que unirá a ambas partes laboralmente en el futuro.
En efecto, no existen hoy por hoy informadores AFIS en España. Los alumnos que se están formando están destinados a cubrir puestos de nueva creación, no habiendo recibido a día de hoy información ni indicación sobre el convenio que regulará su actividad laboral, cuál será su sueldo, el tipo de contrato que se les ofrecerá, el ámbito de su indudable movilidad geográfica, etc...
¿Qué sentido tiene firmar un compromiso por el que uno lo da todo a cambio de un vacío absoluto? Es peor que vender el alma, pues no hay venta más aberrante que la que genera un riesgo bien definido (6.000€) a cambio de una hipotética oportunidad cuyo valor se ignora (a menos que uno sea aficionado a ir al casino, evidentemente).
La validez de un tal acuerdo es tan nula como firmar un contrato de esclavitud, y su única validez consiste, a mi entender, en añadir un filtro más en el proceso de selección de personal con el objetivo de acertar con candidatos para los que exista una mínima garantía de retenerles en el momento en que se definan las condiciones laborales que les afecten, sean éstas las que sean.
Esto no es serio. No es un acuerdo entre caballeros.
La cosa es más fea desde el 19 de marzo. El diario Expansión se hacía eco de que Eurocontrol no admitía la aplicación del Servicio de Información de Aeródromo (AFIS) no sólo en aeródromos regulares, sino tampoco en sus alternativos.
Me pregunto si INECO ha llamado ya uno por uno a sus alumnos para firmar un nuevo documento, en el que se especifique que si finalmente no es posible implantar el AFIS en España y el curso no sirve estrictamente para nada, los alumnos recibirán una compensación económica por el tiempo dedicado a formarse en disciplinas para las que se han generado falsas expectativas.
Que sea oportuno o no degradar el servicio de control de aeródromo sustituyéndolo por el de información (AFIS) en un número determinado de aeródromos en España es algo que deberá determinar la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA), observando rigurosamente las normativas aplicables de la European Aviation Safety Agency (AESA), Eurocontrol y OACI.
Lo que no es de recibo es que se trate a las personas como ganado. No se trata ya de la ausencia de cumplimiento del derecho laboral, sino del nulo respeto hacia las personas como tales. Es ésta una práctica constatada e inaceptable, ya se trate de controladores, informadores AFIS o trabajadores de cualquier otro sector económico.