martes, agosto 03, 2010

El curso ha terminado


Hace pocas horas que estoy pisando mi casa, y desde que he entrado experimento un cúmulo de sensaciones encontradas que urge analizar, porque no tengo la certeza de "si estoy aquí para quedarme". Y me refiero tanto al hecho de volver a mi hogar (pues ignoro todavía qué destino se me asignará), como al de ser controlador aéreo.

Mi mayor alegría es, sin duda, y con mucha distancia, el estar otra vez con los míos.

Por otro lado, siento satisfacción por haber terminado el curso. Esto en sí no era un objetivo, sino un hito intermedio. En cualquier caso, cubrir satisfactoriamente una etapa más del plan estratégico trazado hace cuatro años, cumpliendo además  exquisitamente con el presupuesto diseñado a tal efecto (1.000€ de superávit sobre la previsión tras 21 meses), siempre es motivo de satisfacción.

Cuadro de Mando
Sin embargo, la alegría que podría experimentar por los hechos reseñados está empañada por una realidad constatable: El desmantelamiento social, profesional y económico del sistema de navegación aérea español ejecutado en tan sólo 5 meses, que frustra totalmente los que sí eran los objetivos fijados cuando inicié esta andadura.

Cuando en 2006 tomé la decisión de presentarme al proceso de selección convocado por AENA, aspiraba a disfrutar de un trabajo de 1.200 horas a turnos que pautase mi vida a un ritmo diferente al estándar, que me permitiese ver crecer a mi familia dedicándole a veces las mañanas y otras las tardes, algo que no podía ni soñar en mi anterior actividad laboral. 
Deseaba además experimentar una estabilidad laboral duradera, lejos de los altibajos propios de la empresa privada que tienden a considerar inútiles a las personas a partir de los 55 años. Incluso Telefónica quiso prejubilar en 2008 a trabajadores con 48 años
Una remuneración fuera de lo habitual era sin duda seductora, un gran atractivo sinónimo de oportunidades, y también sosiego en el advenimiento de la madurez y la posterior vejez. 
Por último, y no menos importante, me motivaba formar parte de una profesión prestigiosa que debía necesariamente desarrollarse en un contexto de excelencia empresarial.

¿Qué queda de todo aquello?

Nada. 
Tan sólo la satisfacción derivada de haber emprendido esta aventura empujado también por una vocación infantil, la que me ha hecho cultivar la pasión por la aviación desde niño.

Desde el 5 de febrero, los sucesivos Reales Decretos han establecido una jornada a turnos de prácticamente 1.800 horas, con un máximo mensual de 200 y uno diario de 10. Es evidente que esta profesión me va a impedir vivir con suficiente plenitud junto a mi familia.
En lo que a la estabilidad respecta, ahora los controladores son inútiles por ley a los 57 años, por lo que los temores que me hacían huir del empleador privado se han materializado sólidamente en mi otrora aparente profesión salvadora.
Del prestigio de la profesión ni hablamos, y del del empleador, que ha sido capaz de excavar un agujero de 13.000 millones de euros en el tiempo que ha mediado entre que me preparé las pruebas de acceso hasta que he terminado el curso, vamos a evitar también hacerlo.

Quizás quede, en parte, la remuneración económica. Pero a día de hoy ésta es desconocida, y no existen garantías de que pueda competir con un margen holgado con otras oportunidades de empleo incluso fuera del sector aeronáutico. Quizás esta afirmación pueda parecer ridícula, pero en este balance no sólo debe computarse lo que se ingresa, sino los riesgos que se asumen por estar expuesto a un régimen sancionador con multas de seis cifras.

Quizás sea el momento de replantearse el futuro. No, no quizás. Es el momento de hacerlo. Hay quien emprende montando propia empresa, hay quien invierte sus activos personales incorporándose a una organización por cuenta ajena. El primero persigue la realización personal y el lucro confiando en sus habilidades empresariales, el segundo persigue lo mismo sacando partido de las oportunidades profesionales que le ofrece quien le contrata.
Pero tan suicida es seguir invirtiendo recursos en un  negocio propio ruinoso como embarcar en un navío que se hunde irremisiblemente.

Hay muchas decisiones que tomar estos próximos días. ¿Debo reorientar mi futuro hacia las nuevas oportunidades que surgen o perseverar en el proyecto actual, implicándome incondicionalmente en su rescate?

1 comentario:

Carlos dijo...

Estás ya en el punto de partida, así que no lo dudes. ¿Quién dijo miedo?. Suerte en esta nueva etapa.